Sin proponerme, un día del año 2000 tuve la gran
oportunidad de conocer a Pedro León Zapata o “Zapata” como fue y será bien
conocido por todos los venezolanos que amamos la historia, el buen arte y el
humor. Por razones de trabajo llegué a su casa, de manera inocente ya que la
relación laboral estaba dirigida a la Sra. Mara la cual tenía un apellido
italiano que por supuesto, ni me pasaba por la mente que la Sra. Mara Cormelati,
era la esposa de Zapata.
Mi primer encuentro con Pedro León, fue algo así, como cuando en la época escolar, esa joven que
te traía loco te daba el sí, sin tu esperártelo; Zapata, me dio el Sí…cuando
estando yo allí en aquel recibo, salió de un pasillo lleno de corotos,
esculturas y libros, con un paso “Firme Zapata” y me habló y saludó como si
nada, pasaron creo que como diez o quince segundos, mientras yo asimilaba quien
era esa figura que ante mí se mostraba natural, sencillo y amable…¡era Zapata!,
Ese venezolano que por años había admirado, ese Zapata que logró que desde
adolescente corriera a buscar El Nacional, ese Zapata que una vez mi abuelo me
explicó quién era…ese artista el cual yo había guardado desde 1992, una
selección de Zapatazos, recortados del periódico y agrupado o más claro, pegado
con goma Elefante en un tradicional block Caribe. Se me olvidó la razón por la
cual estaba yo allí, solté mi carpeta y sin pena, me senté al lado del artista,
sin decir nada, solo viéndolo y armando en mi mente, coño algo para hablar y
que no le fuera a molestar. Yo creo que se dio cuenta de mi enredo emocional,
porque me miró y me preguntó que de dónde era yo, que genio, con esa pregunta,
me haló hacia abajo como si yo fuera un papagayo y me hizo entrar en confianza.
Con ese tono pausado y armónico, me empezó a preguntar sobre lo que necesitaba
de la empresa a la cual yo representaba, así iniciamos un dialogo, que entre
pausas, explicaciones, aclaración de garganta de mi parte y acuerdos, me dije sin
temor, voy a hablarle de su obra, mi respeto y fascinación por sus caricaturas
y pinturas, porque esta oportunidad era única, es decir, tenía a Zapata solo
para mí, y yo sería vocero hacia quien pudiera, de aquella vivencia.
Pude conocer como pasaba por un fax, sus caricaturas
diarias de El Nacional, tuve en mis manos un ejemplar, no recuerdo que
número, de “El Sádico Ilustrado”,
publicación que reunía sus páginas una élite de ilustres y humoristas, y
humoristas ilustres, dirigidos por Zapata, quienes se adentraban a meterse con
los partidos políticos y también con los partidos de aquellos años. Zapata
hablaba en serio, pero a manera de chiste, yo me reía y el no, así que yo
recogía mi risa por vergüenza. La inolvidable plática la tuvimos rodeados por
una biblioteca, en donde alcancé a ver libros empastados que decían “El Morrocoy
Azul”, esculturas y tallas de madera, que me hacían sentir en el Museo de
Bellas Artes, allí en la Ave. México.
De repente ya con casi dos horas entre trabajo y charla,
tome aire y le dije a Zapata que yo tenía una colección de Zapatazos, reunidos y
que si era posible que se los trajera, para que el me autografiara el block.
Silencio sepulcral…abrió una gaveta, sacó una hoja blanca y un marcador negro,
se me quedó mirando por un ratico y empezó a dibujar algo, me vino una tos, no sé
si por nervios, o por el olor de aquella
tinta del marcador del maestro. Me frote
las manos y volví mi cara hacia la biblioteca, emocionado porque Pedro León y
no Emiliano, revolucionaría mi vida para siempre, al decirme “Toma para que la
pongas en la portada de tu colección”. Allí tenía yo una caricatura dedicada mí,
pero que era de todos, porque la iba a mostrar siempre.
Gracias Zapata, por tu obra e ingenio, por oponerte hacia
lo absurdo que hoy gobierna el país y por enseñarnos que hay que seguir
adelante sin miedo a protestar y a resistirse en un país en como dijiste en una
de tus recientes caricaturas, “En donde todo se criminaliza, menos el crimen”.